Gracias, QUINO.
Hay miles solas
Ojos. Muertos. Caen. ¿Dormirán?
Segundos como billetes. Sin valor. Ni coraje.
La rondausente del jueves gritante y rota
deshilvana cada principio, cada inicial mañana.
La mancha que fue espina será escudo, y escape.
El escudo que fue mancha será escape, y espina.
30 de octubre de 2007 | 4 vaivenes
* Poesía
Sesentaños
29 de octubre de 2007 | 1 vaivenes
* Video
¿Quiere usted ser diputado?
"Si usted quiere ser diputado, no hable a favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes: Soy un ladrón, he robado (…), he robado todo lo que he podido, y siempre."
Para leer el texto completo hacer click aquí.
28 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
4321
Fueron aquellos gestos de extinta estirpe
los que erigieron la estatua de quien fui;
la vana hendidura que nació herida y sed
dotó a mis terrorcitos de piedades viejas.
Redonda la esdrújula pena, la cuadrada fe:
naciente de noche me fue creciendo la edad
hasta volverse trigoteante, espuma y lunar.
Y fue regocijo la sonrisa de sabermentero,
de ahuyentar los cucos con tormenta y miel.
Una era se construye con ladridos de barro.
...
27 de octubre de 2007 | 3 vaivenes
* Poesía
Paredes que hablan 10
Ciudad Escrita 01
Ciudad Escrita 02
Ciudad Escrita 03
Ciudad Escrita 04
Ciudad Escrita 05
Ciudad Escrita 06
Ciudad Escrita 07
Ciudad Escrita 08
Ciudad Escrita 09
Ciudad Escrita 11
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26 de octubre de 2007 | 1 vaivenes
* Video
Paredes que hablan 09
Ciudad Escrita 01
Ciudad Escrita 02
Ciudad Escrita 03
Ciudad Escrita 04
Ciudad Escrita 05
Ciudad Escrita 06
Ciudad Escrita 07
Ciudad Escrita 08
Ciudad Escrita 11
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25 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
* Video
Paredes que hablan 08
Ciudad Escrita 01
Ciudad Escrita 02
Ciudad Escrita 03
Ciudad Escrita 04
Ciudad Escrita 05
Ciudad Escrita 06
Ciudad Escrita 07
Ciudad Escrita 11
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24 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
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Paredes que hablan 07
Ciudad Escrita 01
Ciudad Escrita 02
Ciudad Escrita 03
Ciudad Escrita 04
Ciudad Escrita 05
Ciudad Escrita 06
Ciudad Escrita 11
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23 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
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Paredes que hablan 06
Ciudad Escrita 01
Ciudad Escrita 02
Ciudad Escrita 03
Ciudad Escrita 04
Ciudad Escrita 05
Ciudad Escrita 11
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22 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
* Video
Ciudad Escrita y tripartita
18 de octubre de 2007 | 1 vaivenes
* Video
Paredes que hablan 01
16 de octubre de 2007 | 4 vaivenes
* Video
Entero
¿la calmancha de palmas que nunca llega
será condena o sólo ayereada violencia?
Dejé rastrojos de mí en varias esquinas
y otros pocos los usaron como escudo.
Ahora tarareo los brillitos como tiempos,
esperando la espaciada caricia de tus manos.
Iré, entonces, construyendo de a una
las partecitas de mí que aún me faltan.
Tal vez los severos hados digan que sí,
que me completo en la hoguera de tus almas.
15 de octubre de 2007 | 3 vaivenes
* Poesía
Kinski en Aguirre (segunda parte)
Una escena nocturna
-¡Yo me largo! ¡Aunque tenga que remar hasta el Océano Atlántico!
-Si te largas, acabo contigo- dice ese estúpido de Herzog, con cara de susto debido al riesgo que está corriendo.
-¿Cómo vas a acabar conmigo, bocazas?- le pregunto, con la esperanza de que me ataque y así pueda matarlo en defensa propia.
-Te voy a disparar- balbucea como un paralítico con el cerebro reblandecido-. Ocho balas para ti, y la última para mí.
¿Quién ha oído hablar jamás de un fusil o una pistola con nueve cartuchos? ¡Eso no existe! Además, no tiene armas. Me consta. No tiene un fusil ni una pistola, ni siquiera un machete. Ni tan sólo una navaja. Ni un sacacorchos. Soy el único que tiene un fusil. Un Winchester. Tengo un permiso especial del gobierno peruano. Para comprar cartuchos, me he tirado días enteros de aquí para allá, de una comisaría a otra, para que me firmasen y sellasen papeles, y toda esa mierda.
-Te espero, insecto- le digo, alegrándome de lo lindo de que por fin hayamos llegado a esos extremos-. Me voy a mi balsa y allí te espero. Si vienes, te mato a tiros.
Luego me abro paso hasta nuestra balsa, donde Minhoi ya se ha dormido en su hamaca. Cargo mi Winchester y me pongo a esperar. A eso de las cuatro de la mañana, Herzog se acerca en canoa a nuestra balsa y me pide perdón.
Herzog es un individuo miserable
Herzog es un individuo miserable, rencoroso, envidioso, apestoso a ambición y codicia, maligno, sádico, traidor, chantajista, cobarde y un farsante de cabeza a los pies. Su supuesto "talento" consiste únicamente en torturar criaturas indefensas y, si hace falta, matarlas de cansancio o asesinarlas. Nadie ni nada le interesa, a excepción de su penosa carrera de supuesto cineasta. Impulsado por un ansia patológica de causar sensación, provoca él mismo las más absurdas dificultades y peligros y pone en juego la seguridad e incluso la vida de otros, sólo para después poder decir que él, Herzog, ha dominado fuerzas aparentemente insuperables. Para sus películas echa mano a personas poco desarrolladas mentalmente y de diletantes, a los que puede manejar a su antojo (¡y, supuestamente, hipnotizar!), y a los que paga un salario de hambre, eso si les paga. El resto son tullidos y abortos de todo tipo, a fin de parecer interesante. No tiene la menor idea de cómo se hace una película. Ya ni intenta darme instrucciones. Hace tiempo que ha renunciado a preguntarme si estoy dispuesto a llevar a cabo sus aburridas chorradas, ya que le tengo prohibido hablar. Si se empeña en repetir una toma, porque, como la mayoría de los directores, se siente inseguro, le digo que se vaya al infierno. Normalmente, la primera toma es válida, y no repito nada, y muchísimo menos porque él lo quiera. Yo decido cada escena, cada posición, cada toma, y me niego a hacer otra cosa que lo que considero acertado. Así por lo menos consigo salvar las películas del desastre total a causa de la chapucería de Herzog. Después de ocho semanas, la mayoría sigue viviendo como cerdos. Amontonados en las balsas como ganado camino del matadero, comen bazofia frita en manteca de cerdo y, lo que es más peligroso, beben agua del río, con lo que pueden coger todas las enfermedades epidémicas imaginables. Incluso la lepra. Ninguno de ellos está vacunado ni siquiera contra una de esas enfermedades, a menudo letales.
El estúpido guión
Minhoi y yo cocinamos solos en nuestra balsa. Echamos tierra sobre la plataforma de madera y hacemos fuego. Cuando uno de nosotros salta al agua para bañarse y lavarse, el otro vigila que no vengan pirañas. Normalmente no tenemos nada que cocinar, y nos alimentamos de fantásticos frutos de la selva, que contienen suficiente líquido. Pero esos frutos paradisíacos son difíciles de conseguir, porque avanzamos casi sin interrupción rio abajo y a menudo pasamos largo tiempo sin poder bajar a la orilla a buscar fruta. Con el tiempo empezamos a notar las consecuencias de la desnutrición. Nos debilitamos, se me hincha el vientre, y ya soy sólo piel y huesos. Los otros están aún peor. Hoy, a las tres de la madrugada, nos despiertan brutalmente en nuestras balsas. Nos dicen que no hay tiempo para desayunar, ni siquiera para tomar un café, y que vamos a navegar sólo veinte minutos, hasta el próximo poblado indio a la orilla del río. Allí, dicen, nos darán de todo. Pero los supuestos veinte minutos se convierten en dieciocho horas. Como siempre, Herzog nos ha mentido. Con las cabezas metidas en los pesados cascos de acero, que el sol lacerante calienta hasta tal punto que nos quemamos, pasamos el día entero sin techo y sin la menor sombra, sin comer ni beber, sometidos al calor más implacable. La gente va cayendo como moscas. Primero las chicas, luego los hombres, uno detrás de otro. La mayoría tienen las piernas llenas de pus e hinchadas hasta la desfiguración por culpa de las picaduras de mosquitos. Cuando, al atardecer, llegamos por fin a un poblado indio, resulta que está en llamas. Herzog lo ha hecho incendiar, y hambrientos y medio muertos de sed, tambaleándonos de agotamiento de dieciocho horas de calor infernal, tenemos que atacar el poblado indio directamente desde las balsas, tal como ordena el estúpido guión. Pasamos la noche en el poblado indio. Pernoctamos en las barracas que no se han quemado, y en las que corretean descaradas ratas gigantescas que nos rodean en círculos cada vez más estrechos, acercándose cada vez más a nuestros cuerpos. Sin duda se dan cuenta de lo debilitados que estamos, y sólo esperan el momento de lanzarse sobre nosotros. Son cada vez más numerosas.
El guión lo prescribe así
Alguien le dice a Herzog que la gente no puede seguir adelante si no se alimenta mejor y, sobretodo, si no tiene nada para beber. Herzog contesta que, por él, pueden beber agua del río. Además, ya va bien que se derrumben de agotamiento y de hambre y de sed, pues el guión lo prescribe así. Herzog y su jefe de producción tienen escondidas para ellos buenas raciones de verduras frescas, fruta, camembert francés, aceite de oliva y bebidas. Mientras continuamos la marcha, uno de los norteamericanos contrae una peligrosa hepatitis y se revuelca en la balsa, presa de altas fiebres. Herzog afirma que está fingiendo, y se niega a hacerlo desembarcar en Iquitos, adonde nos estamos acercando cada vez más. Cuando estamos a la altura de Iquitos y nuestras balsas se deslizan hacia el Amazonas, desembarcamos por la fuerza el enfermo para llevarlo a un hospital y nos tomamos un día libre para comprar los comestibles más necesarios, agua mineral, vendajes, medicinas y pomadas contra las picaduras de mosquito.
Adiós a la selva
Al cabo de diez semanas rodamos la última escena de la película, en la que Aguirre, único superviviente, navega a la deriva río abajo, hacia el Atlántico, presa de la locura y rodeado de varios cientos de monos. La mayoría de los monos que han metido en la balsa saltan al agua y nadan de regreso a la selva. Habían sido capturados por una banda de traficantes de animales que iba a venderlos a laboratorios norteamericanos para experimentos. Herzog los ha alquilado. Cuando ya sólo quedan unos cien monos, que están a punto de saltar al agua y recuperar su libertad, le exijo a Herzog que empiece a filmar inmediatamente. Sé que esa ocasión no se repetirá. Una vez filmada la toma, los últimos monos se tiran al río y nadan hacia la selva, que los acoge. Minhoi y yo tenemos que quedarnos tres días en un hospital de Iquitos, para transfusiones de vitaminas. Cuando el avión, en medio del estruendo bestial de sus turbinas, se alza tieso hacia el cielo, y veo a mis pies el verde mar de la selva, los ojos se me arrasan en un llanto incontenible. Mi alma está tan conmovida, y mi cuerpo se ve tan violentamente sacudido, que por un momento creo que va a partírseme el corazón. Oculto mi cara a los otros pasajeros apretándola contra la ventanilla, e intento sofocar mis sollozos. A un animal o persona que llora porque tiene que alejarse de la selva virgen, y que no está contento y agradecido de reencontrarse con la seguridad de los guetos de la civilización, donde ronda la locura, se le encierra en el manicomio o se le narcotiza.
"Aguirre, la ira de Dios" en París
Se estrena Aguirre en París (¡después de cinco años!). Herzog, director inepto, productor inepto y un inepto a la hora de comercializar la película, la ha malvendido por cuatro duros (escalofriantemente mal doblada al inglés) a una distribuidora francesa de mala muerte. En la otra versión, aún peor (en alemán, con subtítulos), no es mi voz la que se oye, pues me negué durante años a hablar con Herzog. Me produce alergia el simple hecho de oír o leer su nombre. El supuesto "dossier de prensa" no es más que un cúmulo de fanfarronadas hinchadas y mentiras desvergonzadas en favor de Herzog. Su responsable es un baboso "jefe de prensa" que se ha fijado como meta para el resto de su vida lamerle a Herzog su asqueroso culo. En el dossier de prensa aparece por primera vez esa historia analfabeta según la cual Herzog me forzó por las armas a ponerme delante de la cámara. Los periódicos, la radio y la television se masturban con pretenciosos artículos sobre mí. Parece que les pone cachondos calificarme de genio. No saben que la película, tal como ha quedado, sólo ha sido posible porque le hice cerrar el pico a Herzog para salvar lo poco que valía la pena salvar. Al menos, los cientos de entrevistas que me hacen me permiten por fin escupir en la cara de Herzog y llamarle lo que es: ¡un capullo como la copa de un pino! Pese a ello, acapara con el mayor descaro todos los premios y distinciones imaginables que es capaz de concederle esa caterva de subnormales que se llama "la cultura".
14 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
Kinski en Aguirre (primera parte)
Exclusivamente por Perú
Pese a todo, accedo a rodar la película, pero única y exclusivamente por Perú. No sé ni dónde está exactamente. En alguna parte de Sudamérica, entre el Pacífico, los desiertos, los glaciares y la selva virgen más gigantesca de la Tierra. El guión es de una primitividad analfabeta. Y en ello radican sus posibilidades. En él, la selva virgen arde como algo que se contagia con sólo mirarlo. Un virus que se inocula a través de los ojos y pasa por las venas. Siento como si conociera de otra vida ese país de mágico nombre. Un animal encerrado jamás puede olvidar la libertad. El pájaro enjaulado asoma la cabeza por entre los barrotes, para seguir con la vista el paso veloz de las nubes.
Aguirre es Kinski
Le digo a Herzog que Aguirre tiene que ser un tullido, porque no tiene que parecer que su poder procede de su físico. Tendré una joroba. Mi brazo derecho será demasiado largo, como el brazo de un mono. El izquierdo en cambio, será demasiado corto, de manera que tenga que llevar sujeta a la parte derecha del pecho -soy zurdo- la vaina de mi espada, en lugar de en la cadera, como es habitual. Mi pierna izquierda será más larga que la derecha, de modo que tenga que arrastrarla. Caminaré de lado, como un cangrejo. Tendré el pelo largo, me lo dejaré crecer hasta los hombros antes de que empiece el rodaje. Para la joroba no necesitaré ninguna prótesis, ningún maquillador que me toquetee. Seré un tullido porque quiero serlo. Igual que soy guapo cuando quiero. Feo. Fuerte. Endeble. Bajo y alto. Viejo y joven. Cuando quiero. Acostumbraré mi columna vertebral a la joroba. Con mi postura, sacaré los cartílagos de las articulaciones y manipularé su gelatina. Voy a ser un tullido hoy, ahora, inmediatamente. A partir de ahora, todo se hará en función de mi contrahechura: las ropas, la coraza, las sujeciones de las armas, las armas propiamete dichas, el casco, las botas, etcétera. Establezco el vestuario, arranco unas cuántas páginas de libros con grabados antiguos, expongo las modificaciones que deseo, y, para encontrar la coraza y las armas, vuelo con Herzog a Madrid, donde, tras días de búsqueda, extraigo de las montañas de chatarra oxidada la espada, el puñal, el casco y la coraza, que hay que recortar adecuadamente debido a mis defectos físicos.
La selva
El viaje hasta la selva virgen es un tormento brutal. Viajamos amontonados en trenes vetustos, camiones achacosos y autobuses como jaulas; comemos y dormimos al aire libre como cerdos. A veces nos metemos en barracas de hojalata y otras cámaras de tortura. Llegamos a olvidarnos de lo que es dormir. Apenas podemos respirar. Ni lavabos, ni posibilidades de lavarse. Muchos días y noches. Estoy siempre vestido, porque de lo contrario los mosquitos se encarnizarían conmigo. Me siento como si estuviese todo el tiempo debajo de una ducha de agua hirviendo. Estar dentro de una casa es morirse. Pero afuera hace el mismo calor ponzoñoso. Vertederos de basuras convertidos en montañas por los pies que los pisan, rodeados de charcos de estiércol y meados y mierda humana. Los habitantes tiran en esa balsa infernal los ojos y las tripas arrancados a los animales sacrificados. Negras aves carroñeras del tamaño de perros dogos, se pasean y se posan en ese horror, como si fuera su propiedad privada. Adonde quiera que mire, veo esas infames barracas de cemento a medio construir, con tejados de chapa. Ojalá no tuviera que ver más esas barracas de cemento a medio construir y con tejados de chapa. Aquí no hay nada acabado. Todo está abandonado en plena faena, como si la putrefacción les hubiera cogido por sorpresa. Por todas partes persianas metálicas y rejas, como para escarnio ¿Para qué? Montañas de basura, aguas residuales, ojos, tripas, aves carroñeras y... antenas de televisión. El camino hasta la selva virgen es largo y torturador. Pero ningún esfuerzo es demasiado con tal de huir del infierno de los humanos. Y como si Minhoi y yo recibiéramos una recompensa por nuestra huida del infierno de los humanos, sentimos que nuestro pelo se hace más sedoso y nuestra piel más turgente, como la piel de un animal salvaje puesto en libertad; sentimos que nuestros cuerpos se hacen más esponjosos, más elásticos, que nuestros músculos se tensan como preparados para el salto, que nuestros sentidos se hacen más receptivos y atentos. Minhoi nunca había estado tan arrebatadoramente guapa desde la trampa para tigres en Vietnam. Hinchados por las picaduras de los mosquitos, y sin haber comido ni bebido nada, nos levantamos tambaleantes para seguir viaje. Una niña inca está de pie al borde de la pista para aviones militares. Tiene sobre el brazo un pequeño mono, y quiere venderlo. Pero el mono se aferra, presa de un terror mortal, a la niña inca, temeroso de que el comprador pueda llevárselo de allí. Esta vez viajamos en viejos y abollados aviones de transporte de paracaidistas, cuyas hélices me golpean las sienes como martillos neumáticos. Un hedor penetrante, peste a gasolina, hambre, sed, dolor de cabeza y retortijones de estómago; tampoco aquí hay lavabo. Acurrucados y apretados en el caliente suelo de un avión sin ventanas. Hora tras hora. Durante el vuelo, nos dejan, uno a uno, salir por unos instantes de la cripta del fuselaje y trepar a la cabina para mirar el exterior por un minúsculo ventanuco; abajo, el océano verde, miles de kilómetros de selva virgen, por la que se retuerce la amarilla cinta ensortijada de la mayor red fluvial de la Tierra.
El rodaje
Luego hidroaviones de un motor, que tienen que bajar en picado para aprovechar el momento en que la selva se abre para volver a cerrarse enseguida. Luego, otra vez camiones y autobuses como jaulas. Canoas indias. Y por fin las balsas, sobre las que, de pie y sujetos mediante cadenas a la carga y a la balsa, nos deslizamos velozmente por los rápidos. Agarrando cuerdas, como si intentáramos ridículamente sujetar por las riendas a caballos desbocados que ya se precipitan barranco abajo. La balsa lleva demasiada carga, nos lo han advertido los indios. Pero el bocazas de Herzog, como buen fanfarrón e ignorante, se ríe de las advertencias de los indios, calificándolas de pueriles. Vamos todos vestidos y con las armaduras puestas, pues queremos rodar durante el viaje por los rápidos. Pero Herzog se deja escapar lo más grandioso y apabullante, porque es incapaz de detectarlo. Cada vez que, a través del ruido atronador de las aguas bravas, le aúllo al imbécil del cámara que por lo menos filme cómo nos jugamos, el tipo me responde que Herzog le ha prohibido pulsar el botón de la cámara a menos que se lo diga a él en persona. Me asquea esa caterva de gente del cine, que se comporta como si el mejor sitio para rodar una película fuera una pocilga. Mi vestimenta de pesado cuero, mis largas botas, el casco, la coraza, la espada y el puñal pesan cerca de quince kilos. Si, gracias a los delirios de grandeza de Herzog, zozobra la balsa, no hay salvación para mí, pues no podría desprenderme de la coraza y del jubón de cuero, que van sujetos por la espalda. Además, los rápidos están cruzados por una larga cadena de arrecifes escarpados, cuyas puntas, afiladas como hojas de afeitar, acechan como pirañas a poca distancia del nivel del agua, y a veces incluso asoman de las aguas encrespadas. Así nos desplazamos, como una bala, corriente abajo, mientras las olas rampantes asaltan nuestra balsa con la furia histérica de un toro y revientan a nuestra espalda, por encima de nuestras cabezas. El aire está colmado de blancos espumarajos. De repente, como si las aguas desbocadas nos hubieran escupido en un acceso de rabia, vamos a parar, casi en silencio, a un brazo del río que fluye robusto pero calmoso. Estamos en medio de la selva y nos internamos cada vez más hondo en ella: ahí está la selva virgen. Se apodera de mí. Me absorbe, caliente y húmeda como el cuerpo desnudo y bañado en sudor de una mujer enferma de deseo, con todos sus misterios y prodigios. La miro con los ojos como platos y no paro de admirarla y adorarla... Animales llenos de gracia, como de cuento de hadas... Plantas que se abrazan hasta estrangularse... orquídeas que se alzan sobre tocones de árboles podridos, como muchachas sentadas sobre las piernas de viejos verdes... mariposas del tamaño de mi cabeza y de un reluciente azul metálico... palomillas que se posan en mi boca y en mis manos, los ojos de la pantera, que se confunden con las flores... cenefas de flores... nubes de pájaros verdes, amarillos, y rojos... soles de plata... nieblas color violeta... ¡Le enseñaré estas maravillas a mi retoño, a mi hijo! Los labios besadores de los peces... el áureo cantar de los peces... Durante dos meses viviremos casi exclusivamente en las balsas mientras avanzamos río abajo hacia el Amazonas. Minhoi y yo tenemos una balsa para nosotros solos. Cuando no nos adelantamos considerablemente a las otras balsas, procuramos quedarnos rezagados. Lo más lejos posible. Cuando cae la noche, atamos nuestra balsa a las lianas. Me paso las noches tumbado despierto, sumergiéndome en la Vía Láctea y los archipiélagos de las estrellas, que cuelgan tan cerca de nosotros que estiro el brazo para tocarlas. Tenemos una pequeña canoa india que llevamos atada a la balsa. Cuando no tengo que rodar, recorremos, como de puntillas, la pared arbórea en busca de grietas. A veces nos metemos por una estrecha hendidura que quizás antes no existía y que, tras nuestro paso, volverá a cerrarse enseguida. En el interior de estas selvas inundadas, las aguas están tan quietas que nuestros remos, que hundimos con cuidado para no hacer ruido, apenas parecen moverlas. Quizás es la primera vez que un bote se desliza por estas aguas; quizás en millones de años no ha puesto los pies aquí ningún ser humano. Ni siquiera un indio. Esperamos en silencio, largas horas. Siento cómo la selva se nos acerca, los animales, las plantas, que ya hace tiempo que nos han visto, pero no se nos muestran. Por primera vez en mi vida, no tengo pasado. El presente es tan intenso, que hace desvanecerse el pasado. Sé que soy libre, verdaderamente libre. Soy el pájaro que ha conseguido huir de la jaula, que extiende sus alas y se eleva hacia el cielo. Participo del Universo.
13 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
No, eh!
vuelan las almitas nuevas hacia lunas plenas,
se desmayan de males las madres que fundan,
que con su útero ardiendo nos dieron la sílaba.
Habrá senderos de sal que nos compliquen,
traiciones de esquina, sudores tipo estepa,
pero nada habrá que nos borre ese cordón,
el umbilical destino que nos ampara de penas.
12 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
* Poesía
¿?
¿Qué madeja de miedos nos cierra y nos cierra?
¿Qué fe de siglos me fue negada y añoro?
Una botella de venas lanzada al mar.
La culpa, la eterna culpa.
La certeza de que ayer fue peor.
11 de octubre de 2007 | 1 vaivenes
* Poesía
La derrotamplia
de ver la derrota en las almitas sin almohada,
de otear desde el yo la destrucción planeada,
la inabarcable tormenta del hambre y la palabra.
No tiene nombres la grandeza chiquiteada,
ni los vanos juicios que ajustician hombrecitos:
son bombitas del carnaval prensario, huesitos,
constantes caravanas de pequeños espejitos.
10 de octubre de 2007 | 5 vaivenes
* Poesía
La librotante
Ponerte la letramplia en piel,
hojearte las partes como a libros,
resumirte los capítulos del cuerpo,
ponerles punto, y comas y dos puntos.
La literatura de tu esquina vendrá espesa,
será pluma y será verbo de intestinos.
Habrá una sintaxis de vacío,
y un poema de carnes.
...
8 de octubre de 2007 | 2 vaivenes
* Poesía
Ballade
Coleman Hawkins en saxo tenor y Charlie Parker en saxo alto: "Ballade", con Hank Jones en piano, Ray Brown en bajo y Buddy Rich en percusión.
...
7 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
Los caminos
nada habrá que impida el canto, la garganta.
Es ese clamor de antigua vena el que recicla
las noches miedo y los hados: la cruel vidita.
Ronronean las voces más pequeñas, grandecitas;
se hacen dueñas de las cuerdas y el pasado,
rememoran nuestras culpitas carne a paso:
están sabiendo transitar los mismos tramos
que a nosotros, hace viento, nos dejaron mutilados.
6 de octubre de 2007 | 5 vaivenes
* Poesía
Bajito
las puso suela, las desbrotó del cielo.
No habrá escaleras para estos parias,
ni miradores para embriones de sol.
No me conformo con llanuralmas, con pastos,
quiero crecerme hasta donde no llega la palabra.
4 de octubre de 2007 | 3 vaivenes
* Poesía
Sin título
la desolada sensación de incompletarme.
Es la bruma un espacio de tiernas manos,
una extrematanza de peros y nones.
Nada de este pasado tendrá futuro escrito,
todo se borrará cuando mis almas vuelvan.
3 de octubre de 2007 | 0 vaivenes
* Poesía
La boca
la duda quejosa que no encuentra comarca.
2 de octubre de 2007 | 6 vaivenes
* Poesía
4 y 1
Un rasgo es una soga umbilical.
Un perdido gesto que lagrimea
puede besarnos los pavores,
acariciarnos las diarias muertecitas.
Jamás pondría mi cabeza en la horca de la fe.
1 de octubre de 2007 | 1 vaivenes
* Poesía