El Cuervo y el Zopilote, ENAD, 1986
Fedor desandó lo andado una vez llegado a su casa batracia. Lo primero que hizo fue dirigirse a la Villa de las Esterillas, lugar del borde, único sitio heredero del horror de la década muerta. Hablar con Payo de la Estera, su protegido monarca, no fue complicado: convidó con la blanca bebida al guardia rojo de la entrada y lo besó en la frente. Una vez ingresó a la carpa de mimbre saludó al jefe del filo con un escupitajo de amistoso valor.
-Necesito tu rumiante ayuda, -le dijo con su vozarrón de aguas-. Alguien, merodeador de cuerpos, háme usurpado las visceras, -agregó.
Payo, cacique de tobas mendicantes, altamarino y fugaz lobo, inquirió:
-¿Cuál es el color de la afrenta que te han hecho?
-¿Recuerdas el chaleco placentero, aquel que tu hija me regaló ante tus ojos? -respondió preguntando Fedor.
-¿Acaso te lo quitaron, cometa impropio?
-Sí, padre de lo amado. Y descubrir debo el olor y el contorno de quien háme violado. Sólo así podré recuperar mi ropa recuerdo de tierras benditas.
-Bien, contarás con nuestra ayuda una vez consulte a mis uñas baluarte.
Dicho esto, Payo, con dos lacerantes chiflidos reunió a su gente, súbditos blanquecinos, albinos sobrevivientes de batallas de alcohol y marihuana, leguleyos de la calle con libros en la cara. Y les dijo:
-Amantes de lo justo, nuestro antiguo enemigo de oloroso nombre necesita de nosotros, ¿estaremos con él?
Y un estruendo fue la respuesta de la masa: -¡No!
Una vez concluyó la consulta, Payo miró a Fedor y le dijo:
-He ahí la respuesta: estaremos contigo.
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* Fotografía, Prosa
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