¿Qué es entonces el sol cuando arruga los rostros?
¿Qué el rostro arrugado sabiéndose último?
¿Qué la madeja que en mis manos descansa?
¿Y qué de los hombres, entonces?
¿Qué de Dios cuando sabemos que él no cree en nosotros?
¿Ampararemos sus océanos cuando sólo deseemos ser el agua?
No, dejaremos que su sed comience a ser eterna, como nuestros pasos.
Gracias, Cecilia, por permitirme revisitarlo.
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