Por Eduardo Aliverti, para Página/12Sí, el primer sentido de estas líneas es un profundo agradecimiento al amigazo
Eduardo Buzzi. Pero el fin no es ése, sino valerse de eso para llamar la atención sobre ciertas opiniones y acciones circulantes.
El presidente de la
Federación Agraria produjo uno de los sinceramientos más felizmente brutales de que se tenga registro público. Dijo que
“la consigna es desgastar a este Gobierno”, y no hay ninguna posibilidad de que no haya medido que lo dicho no trascendería. Lo aseveró en una reunión de productores agropecuarios con cobertura periodística. Dijo
“desgastar”, dijo
“erosionar”, dijo
“virulencia”. ¿Por qué lo dijo? Porque sabe que tiene que aglutinar la furia de los rentistas rurales pequeños y medianos, so pena de que éstos terminen por no entender cuál fue el negocio de haberse aliado a lo peor de lo peor de la derecha campestre si es que, derrotada la dichosa
Resolución 125, acabaron como pato de la boda. Lo reconoció porque, de toda otra manera, sus bases quedarían sin horizonte de lucha donde volcar su resentimiento. La Rural y Cía. ya los usaron de preservativo, los que se jodieron son ellos, el diablo nunca paga bien y entonces
Buzzi sale a doblar la apuesta para conservar consenso. Sin embargo, así la razón no fuese ésa y se tratase de cualquier otra, ¿
Buzzi dijo algo que no supiesen los que defendieron y se plegaron a la lucha del “campo”? ¿Qué es lo que tanto molesta de su confesión, como no sea el haber reconocido que el objetivo último de la guerra gaucha era imponer condiciones desde una alianza social de derecha? ¿Qué tiene de malo reconocerlo? ¿Que “desgastar” es asociable a “golpismo”? ¿Y qué suponían que era asociarse para defender intereses individuales y de sector contra la intervención del
Estado en la economía, por muy sospechoso que fuere para qué quiere intervenir el kirchnerismo? El golpismo ya no adquiere formas militares, pero la política siempre significa vencer al otro en la administración de los conflictos.
Buzzi lo verbalizó, lo despejó. Puso negro sobre blanco de qué se trata: derrotar al
Gobierno porque afecta sus negocios y la negociación ya no tiene sentido porque al
Gobierno no le importa. Esto último podrá estar bien o mal y puede deberse a la convicción oficialista o a que es una gestión de improvisados que resuelve qué hace sobre la marcha; pero lo cierto es que hay una parte que no oculta dónde se para y hay otra que, hasta la “confidencia” de
Buzzi, decía que su batalla era por la defensa de la
Patria. Y aparece
Buzzi y dice no. Dice que es la defensa de ellos, que enfrente hay alguien a quien doblegar y que para someterlo es necesario ratificar el acuerdo con quienes sean, no importa la historia y el olor que desprendan. Qué horror, se espantan sus aliados y simpatizantes sectoriales, políticos y periodísticos. Con todo lo que vivió este país, hablar de “desgastar” a un gobierno constitucional. ¿Se dan cuenta ahora, y no cuando estaban en cadena nacional con un coro uniforme contra la tiranía?
La hipocresía de esa razón tiene su espejo gemelo frente al debate por la
reestatización del sistema jubilatorio. El proyecto del
Gobierno es o puede ser todo lo desconfiable que se quiera. Hay necesidad de caja para afrontar los vencimientos de deuda; no es un tema que figurase en agenda; lo sacaron de la noche a la mañana en forma desprolija, como casi todas las decisiones que encaran; debieron aceptar varios cambios porque los controles del destino recaudatorio más bien se parecían a un relajo. Pero nadie, con seriedad y honestidad intelectual, puede oponerse a liquidar el más bochornoso de los negociados que dejaron los ’90. Y tanto es así que algunos de los periodistas y comunicadores, de la derecha más modosita, se animaron a inquirir a referentes de la oposición acerca de si sus sospechas sobre la iniciativa oficial implican defender a las
AFJP. Ninguno sabe qué contestar. Se enredan en explicaciones con principio pero sin final, arguyen que es una confiscación de ahorros y reclaman por un gran debate. O sea, la nada misma. No se animan a asumir que defienden el régimen de “capitalización” (curiosa palabra, en tanto sus adherentes no hacen más que descapitalizarse de modo progresivo), porque saben que hacerlo es política y técnicamente impresentable. El camino que les queda, en consecuencia, es aprovechar la circunstancia para reagrupar fuerzas a partir de las suspicacias que despierta el proyecto kirchnerista; y desde ahí, intentar la reactivación de lo que
Buzzi admitió como meta: desgastar, erosionar. No será precisamente un periodista como el firmante quien vaya a cuestionar que detrás de cada determinación política subyace un posicionamiento ideológico, por acción u omisión. Pero si como juego de razonamiento pudiera aceptarse, con carácter denostador, que detrás de la reestatización jubilatoria hay intereses de construcción de poder que van más allá de la defensa de los fondos previsionales, ¿qué cabe decir de
Alfredo De Angeli,
Juan Carlos Blumberg & Asociados, el rabino
Sergio Bergman y la
Corriente Clasista y Combativa, entre muchos otros, sumados a la militancia activa contra el proyecto oficial? ¿Cómo es esa lógica? ¿En un caso hay ideología, en su acepción de ideologismo perverso? ¿Y en el otro hay ciudadanos intachables provenientes de las más variadas esferas, con la sola pretensión de oponerse a un saqueo del
Estado?
En el mismo sentido, la marcha de los
“pañuelos negros” frente a la residencia presidencial de
Olivos, por parte de víctimas de delitos urbanos, cuenta también con el concurso de quienes se enfrentan a las retenciones agropecuarias y al cambio del sistema de jubilaciones. ¿Alguien le pregunta a
De Angeli qué cuernos hace en una manifestación de víctimas de la inseguridad, en la que además participa como organizador? No. ¿Está mal que organice y participe? No, está perfecto: es un actor político en legítima función de desgastar a su oponente. ¿Alguien le pregunta a un rabino qué hace jugando un papel público contra la vuelta de las jubilaciones al
Estado? No, y se copia la secuencia de respuesta anterior. Lo que resulta vomitivo es el cinismo de disfrazar esa tarea de opositor activo bajo el antifaz de la mera indignación como “simple ciudadano”. Lo que no se aguanta es que quieran ignorar como si tal cosa el subtexto de convocar, en la
Argentina, a una marcha con pañuelos que no sean blancos. La producción de sentido que eso significa. El proyecto político que eso quiere decir.
Así que gracias,
Buzzi. Un millón de infinitas gracias por contribuir a dejar bien claro desde dónde se habla y se hace, y con quiénes. Nadie ha pasado tan en limpio cuáles son las alianzas sociales que están hoy en juego en este país.
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