Dos


Iracunda y vieja compasión de río abierto,
cada mirada será la sangre que fuimos después,
la hirviente pulsión de los amantes rotos,
cayendo entre los otros para armar su vena,
su vena paria y andrajosa que vuelve a ser aorta,
lista y feliz y rosa de pudores hasta que otra vez,
hasta que otra vez la noche es el hastío sin flor,
y se esconde de sí, de las otras venas sanas,
del fúnebre cortejo de ojos y de asfaltos, de horas
que al gruñir atraen y espantan y vuelven a reír,
a volver llorante al que batía muelas, al que no
podía ni soñaba ni creía que el corcel sería para él,
para su brillante tierra de pieles, para sus almas
putas, para sus almas muras, para su renovado
comienzo de crepúsculos, para su irresistible
canción de pares.