Y me río, entonces, de cada fantochada.
De cada escaso ocaso, de cada escama de cadalsos.
La pena no se guarda en armarios de piel,
ni en breves retazos de mares en rostros.
La pena se guarda como dije:
como duelo sin final, como final eterno y sin final.
No buscamos la letra en llamas,
ni la brusca expresión que señala el epílogo.
Devenimos niños en bosques de sales,
rafagueados por un amor de pie.
Si te cansa leer, escuchalo...
Demasiado ego
* Fotografía, Poesía
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